A Fidel: coloreando la esperanza
Por: Rosa María Ramírez Reyes.
Es Birán, 13 de agosto de 1926. En la casa de Don Ángel Castro y Lina Ruz los relojes parecen detenerse a las dos de la madrugada. El llanto del bebé anuncia el alumbramiento; es varón y se llamará Fidel. La emoción invade al hogar. Viene al mundo ese hombre de extraordinario valor, cuya sensibilidad humana revela en la infancia. Le distinguen también la modestia y sencillez.
Con el decursar de los años vigorizan sus ideas, las que había sacado a la luz muy joven. Pronto forja el espíritu de revolucionario; se convierte en líder estudiantil. Ya tiene la estrella en la frente, le viene de sus raíces históricas, de la sabia martiana y del amor sin límites por la patria.
Sabe de la pobreza y la infelicidad, lucha contra ellas. Busca el camino de la esperanza. Da de sí lo mejor y tal cual quijote de otros tiempos desafía molinos. No teme a la muerte, la reconoce y sigue.
Siempre se le ve al lado de sus compatriotas. En el Moncada, el Granma, la Sierra, la victoria, en Girón, en la construcción de una sociedad nueva, en el combate por un mundo mejor, sobresale este hombre que alcanzó grados de comandante de Pueblo.
Hacedor de páginas históricas; conquistador de tiempos; incondicional soldado, excepcional compañero; inigualable estratega; leal amigo de los pobres de la tierra; son dotes que le pertenecen a nuestro eterno guía, el invencible Comandante….
A las mejillas de Fidel lleva el viento millones de besos; cada uno encierra el amor que un día sembró en sus hijos agradecidos.
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