Un hombre cae, otros siguen sus pasos
Por: Rosa María Ramírez Reyes.
Caía la tarde de aquel 19 de julio de 1964, jóvenes humildes y con una dignidad extrema custodiaban la patria en un lugar de esta tierra, la más bella que existe.
Allá en el mismo límite con la base naval Yanqui, un puertopadrense cumplía con el deber. En su memoria tal vez los recuerdos de la infancia y adolescencia que en La Morena le hicieron crecer demasiado pronto para ayudar a sus padres, era el mayor de once hermanos.
Ramón López Peña, sosegado y firme compartía la guardia con Héctor Pupo; bien sabían de las incontables provocaciones, mas, la firmeza y el compromiso les hacía mantener la serenidad.
Eran las 7 y 7 minutos de la tarde, centinelas yanquis, desde el suelo, abrieron fuego contra los dos soldados cubanos que en el frente vigilaban, Ramón resultó herido de gravedad, un proyectil le atravesó el cuello. Minutos después moría, era el primer mártir de la Frontera.
Acá, en un hogar sencillo una familia humilde recibía la noticia, el dolor se hizo intenso, las lágrimas corrieron por las mejillas de los padres, también de los hermanos, y de quienes al instante escucharon Ramón ha muerto, lo mataron los yanquis. La buena madre, Eunomia cubrió los ojos de espanto, su esposo Andrés bajó la mirada; ambos partieron a Guantánamo, ella vestía el uniforme de Miliciana, como respuesta viril de una mujer de 39 años que acababa de perder a un hijo en el cumplimiento del deber, allá les aguardaron el cadáver de un joven de 19 años cargado de sueños, y un pueblo enardecido.
Al sepelio acudió Raúl Castro, entonces Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, quien al despedir el duelo, frente a miles de guantanameros, le entregó al carbonero Andrés el carné de la Unión de Jóvenes Comunistas ganado por Ramón.
Han transcurrido 48 años desde aquel 19 de julio, el ejemplo de Ramón López Peña se mantiene vivo en la primera línea de combate, y en cada nuevo hacer de la juventud comunista.
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