Enero sin sol para dejar ver la estrella de la calle de Paula
Por: Rosa María Ramírez Reyes.
En un enero sin sol, allá en la calle de Paula nacía una luz imprescindible para el camino de cubanas y cubanos; a iluminar la patria amada consagraría todas sus energías este hombre bueno nacido el 28 de enero de mil ochocientos cincuenta y tres.
José Julián Martí Pérez, así vino para el mundo entero un genio y humilde servidor, un eterno soñador de la grandeza humana y de la plena libertad de hombres y mujeres, un apasionado de la niñez.
Su vida fue la entrega fiel a la causa de los pobres, quizás porque desde pequeño entendió de la miseria, el dolor, pero también lo aprendió del trabajo forzoso y de la cruel opresión.
A Martí lo conocemos de siempre, porque él es presente y futuro, nada quedó en el pasado, su espíritu de conquistador de otros tiempos le renueva en cada aurora para que su llama no se apague y sea su hálito el oxígeno necesario en la continuidad de la marcha unida.
De no haber sido el héroe nacional cubano, de todas maneras, José Martí hubiera sido un símbolo de América. Nunca hubo un hombre al que le sobraran tantos meritos y asumiera su vida con tanta sencillez.
La figura más alta de las letras hispanas del siglo 19, fue también la cabeza política más universal de su tiempo, el revolucionario más radical y el combatiente más incansable.
Fue un jefe excepcional que puso bajo su mando a una generación de experimentados generales.
Gabriela Mistral lo calificó como “el hombre más puro de la raza”, Rubén Darío lo llamo “maestro” y los cubanos agradecidos lo definieron El Apóstol
… así se hizo leyenda viva el niño que creció en la forja de la rebeldía para hacerse hombre de infinito amor por la vida y sus cosas bellas, gestor de una guerra necesaria, definitiva y pulcra.
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