Lobón le arrancó la gloria al océano
Por: Grabiel Peña González.
El veintidós de enero de mil novecientos cincuenta y nueve, cuando aún por toda Cuba se festejaba el triunfo de la Revolución, una mujer llamada Sonia experimentaba, a pesar del dolor, la más dulce y agradable de las alegrías. Traía al mundo a Ramón Lobón Roque, hoy gloria del deporte villazulino.
“Yo tenía doce años, practicaba voleibol con el profesor Jorge March, cuando uno de mis primos me convidó al área de canoa y kayac, yo no quería seguirlo porque me daba pena con mi entrenador, pero un buen día me decidí y me gustó, me gustó la canoa, que enseñaba Ismael Sao Batista” .
Más de cuarenta medallas de todos los colores, placas de reconocimientos por atleta destacado y banderín del Comité Olímpico de México, son algunos de los recuerdos que atesora este hombre, ganados todos a fuerza de voluntad y empeño.
“La constancia, disciplina y disposición para el entrenamiento me permitieron ir transitando por las categorías escolares, juveniles y de mayores, cosechando éxitos, entre los que destacan las medallas de bronce en tope contra México y Hungría, la quinta posición en la Esperanza Olímpica, de Rumania, así como en múltiples certámenes nacionales.
La representación de canoa clasificó para un Mundial y unas Olimpiadas, pero no pudimos asistir porque el resto del equipo compuesto por los muchachos de kayac no pudieron hacer el grado y en aquella época no se dividían los conjuntos”.
La amistad y la fidelidad desinteresada son dos cualidades que brotan del alma de Ramón Lobón Roque, cuando recuerda a su compañero de canoa.
“Orlando Ballester, para mí es un hermano, nosotros hacíamos el doble y el single, él es un muchacho de la provincia Granma que conocí en Santiago de Cuba, sede de la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE), nosotros solo teníamos que mirarnos para saber que queríamos decirnos unos a otros, siempre andábamos juntos, compartíamos nuestras pertenencias. Orlando Ballester fue para mí un hermano”.
En Puerto Padre pocos conocen a Ramón Lobón Roque, sin embargo cuando se dice el Niño Lobón, casi todos tienen referencia de él.
“Ese sobrenombre viene de la época en que me incorporé a Santiago de Cuba, allí el más pequeño era yo, recuerdo que un muchacho dijo: ¡ah, pero es un niño!, y en verdad era así, tenía trece años, el resto eran juveniles y un equipo de mayores. Así me quedé con el Niño Lobón, al punto que hasta mi hijo me llama de esa manera”.
A este hombre espigado, fornido, hecho para la mar, la naturaleza le premió con un par de manos lo suficientemente grandes como para acariciar con fuerza el remo y sacar del Océano la gloria que hoy cuenta con sencillez y orgullo.
1 comentario
Juan Carlos Cuba -
Un abrazo desde Madrid